Si mil demonios pueden ser húmedos

Si mil demonios - Apócrifa art magazine
Img – Paulo Neo

Escribo para sentirme más vivo; escribo para ganarme la vida.
Roberto Arlt

Decía el mismísimo Roberto Arlt, allá por el 6 de Marzo de 1929, que él no tenía la culpa de ser Roberto Arlt. Y agregaba también que, de haber podido elegir, hubiera preferido llamarse Pierpont Morgan o Henry Ford o Edison o cualquier otro nombre de ésos. Pero ante la imposibilidad de tamaña transformación no le quedó más opción que acostumbrarse al hecho de que sólo era, nada más ni nada menos, que el mismísimo Roberto Arlt.

Y es que el joven Arlt parecía encontrarse en una encrucijada: las cartas que solía recibir de sus lectores no hacían más que plantear sospechas acerca de su identidad. O bien lo confundían con un concejal del partido Socialista, o bien le inventaban filiaciones y procedencias equívocas. Razón por la cual, no tuvo mejor idea que aclarar las cosas: repitiendo y volviendo a repetir que no veía más posibilidad que la de ser Roberto Arlt. Y hasta el día de su muerte, nada más que eso: Roberto Arlt. «Cosa desagradable, pero irremediable», agrega cerca del final.

Sin pretender caer en mostrencas comparaciones –que sólo lograrían desfavorecerme–, quiero aprovechar la ocasión para contar un episodio similar, queridos lectores.
Resulta que hace cosa de un año, tuve la idea de mudarme de ciudad. Nada muy alocado, sólo un poco más al norte. Abocado a la causa, en poco tiempo conseguí todo, o casi todo, sería más correcto decir. Que baste con señalar que ya me había agenciado un lindo departamento a estrenar, con balcón a la calle y todo. Pero en ésas andaba cuando sucedió lo inesperado: una mano negra surgió de las sombras e hizo que el proyecto se fuera al garete. Más que mano, debería decir “boca negra”. Pues se trató de uno de esos alcahuetes de lengua filosa y mil veces ladina. De esos que no tienen reparos en inventar filiaciones y procedencias equívocas, como sucedía con las cartas que recibía Arlt.
En fin, que el asunto nunca prosperó y me vi obligado a repetir y repetirme que no veía más posibilidad que la de seguir siendo esto que soy, hasta el día de mi muerte. Cosa desagradable, pero irremediable, agrego también, ya cerca del final.

Para colmo de males, he venido a recordarlo hoy, que es domingo, llueve en Buenos Aires y hay «una humedad de mil demonios, si mil demonios pueden ser húmedos», como dice otro texto del 1 de Junio de 1931. Y cuyo principio, queridos lectores, me parece un buen final para este texto:

«Si me lo cuentan no lo creo. En serio, no hubiera creído. Si yo no fuera Roberto Arlt, y leyera esta nota, tampoco creería. Y sin embargo, es cierto».

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