No es lo mío, Alejandra

Alejandra Pizarnik - Apócrifa Art Magazine

Yo debiera pintar. La literatura es tiempo. La pintura es espacio. Y yo odio el tiempo y querría abolirlo.
Pero ni la pintura. Hablo de poder expresarme en un arte que fuera como un aullido en lo oscuro,
terriblemente breve e intenso como la muerte.

Alejandra Pizarnik

Yo debiera pintar. Pero no sé muy bien cómo hacerlo. O mejor dicho: lo sé perfectamente y ése es el problema. Cuando empiezo, ya no puedo dejarlo. La literatura es tiempo, es verdad. Tiempo invertido, tiempo arrebatado hasta la náusea, tiempo que se le escatima a la vida, pero que al mismo tiempo es también la vida. La otra vida. La otra pintura, entonces, de la vida. Que parece ser espacio y silencio o esperanza, en el mejor de los casos. Y yo odio el pintar estos espacios blancos, blanquísimos como miles de litros de esperma, que entonces no es tan blanco, obviamente. Y querría abolirlo, es decir, hacer de cuenta que no existe, que estas paredes no son una celda, que la muerte no es quien se asoma en las ventanas y en los resquicios de las paredes húmedas y paulatinamente verdosas. Pero ni la pintura llega, así como tampoco llega la escritura, que tampoco sé muy bien cómo se hace. Pero sí sé que cuando empiezo ya no puedo parar hasta conseguir algo. Hablo de poder expresarme en un arte que fuera algo más, algo como una sustancia pegajosa y densa que nutra y grite con abrumante coherencia, con deslices poéticos que turben a un hipotético lector, y que lo corrompan, de ser posible, o que lo liberen, de ser imposible, que lo santigüen y lo levanten en andas, como se levantan las bolsas de basura de la calle. Como un aullido en lo oscuro de colectivos y vendedores y enfermos mentales y turistas europeos. Que apagan la música de las viejas películas que nos gusta mirar en la penumbra, mientras los malvivientes estallan los vidrios de los autos estacionados a la vuelta, por Estados Unidos. Y mira que casualidad, que perra casualidad que con todas estas palabras ya ni pude pintar nada, ni escribir lo que debería haber escrito en todo este tiempo, en todo este espacio que ahora se me antoja malgastado y estúpidamente irónico.

Y lo único que me salió es esta sarta de líneas terriblemente breves e intensas como la muerte. Como esa otra Alejandra, que debiera haber pintado, que debiera haber vivido un poco más todavía. Pero eso ya sería meterse en el terreno de las especulaciones que no llevan a ningún lado. Y eso no es lo mío, Alejandra.

Como tampoco lo es el pintar ni el escribir, queridos lectores, ya se habrán dado cuenta.

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