Diálogos III

Mejor nunca significa mejor para todos, comenta. Para algunos siempre es peor.
Margaret Atwood


En el sueño, el hombre habla con su otro yo. Nunca antes la barrera que separa la vigilia del mundo onírico había tomado forma tan rotunda, tan apabullante. De allí que, como en todo sueño, los jirones de la realidad hayan quedado colgando como trapos viejos, descoloridos y un poco sucios. Y que se enredan allá en lo alto, contra el alambre de púas.

Diálogos lll - Apócrifa Art Magazine
Img – Eduardo Verdugo (AP)

El otro, entonces, cuya corporeidad se encuentra de aquel lado de la frontera, apenas si se percata del asunto. Pues lo cierto es que su realidad –o mejor dicho, su irrealidad, ya que no es más que un producto de la duermevela del que está tendido en la arena–, dista bastante de la imaginada por el durmiente. Y le deja escaso tiempo para el coloquio o el parloteo insustancial.

En el sueño, el hombre habla con su otro yo. La falta de respuesta ante ciertos interrogantes que lo han desvelado durante tanto tiempo, sumado a la poca amabilidad de su par, le dejan un regusto amargo. Una sensación de acuciante angustia que ya le hace transpirar el cuerpo, contraer la mandíbula, agitar un poco las piernas. De a poco, entonces, con la lentitud que nos resulta inconcebible en la vigilia, el silencio y la frialdad manifiesta, se van convirtiendo en una amarga pesadilla. Es aquí que el durmiente intenta, pero no logra, despertar de una vez.

Y es que en el sueño, el hombre habla con su otro yo. De un lado, parquedad imaginaria, frívola existencia onírica. Del otro, espasmos de una angustia cada vez más real, ansiedad creciente y terror profundo. Resultado: absoluta carencia de conclusiones prácticas, sentido inhallable.

En el sueño, el hombre habla con su otro yo. No veo razón alguna para despertarlo, queridos lectores.

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