El Museo de las Relaciones Rotas

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Img – Paulo Neo

El sentido de la poesía no consiste en deslumbrarnos con una idea sorprendente,
sino en hacer que un instante del ser sea inolvidable y digno de una nostalgia insoportable.

Milan Kundera

Es de noche. Hay silencio. La lámpara está encendida y una taza de té, a un costado, humea todavía un poco.

Voy a confesarlo: una parte mía lloró al leer «Mañana tendremos otros nombres» de Patricio Pron. Incluso al momento de teclear estas líneas, es probable que alguna lágrima tardía me resbale por el costado del rostro y me enturbie un poco la mirada. Afortunadamente, algo sucedió: mi propia voz me sorprendió llegando desde la cocina y me obligó a concentrarme en la adecuada redacción de este artículo.

—Un buen trago es todo lo que necesitás.

Se trataba de mi parte más estúpida y autodestructiva, como ya habrán podido adivinar, queridos lectores. Lo cierto es que se me acercó, botella en mano, vasos en la otra. Una sonrisa funesta, unos gestos cargados de desenfado, un apuro neurótico que reconocí como característico de mis peores momentos.

Ahora bien, nada le contesté y seguí en lo mío, aunque el ofrecimiento era tentador. No tardó en encender un cigarrillo y hacer gestos nerviosos que se desvanecían en el aire, como las volutas de humo que me lanzaba a la cara, con el único fin de fastidiarme los planes, de boicotear mi reiterado esfuerzo de convertirme en un verdadero escritor. Y es que claro, esta parte mía resulta como escribió alguna vez Alexandre Dumas: “El orgullo de los que no pueden edificar es destruir”.

Acostumbrado como estoy a las voces impertinentes, reanudé el trabajo con más decisión y con más premura que antes. Consulté mis notas y llegué a la conclusión de que todo lo que podría decir acerca de la obra de Pron, estaría de más. Sólo baste con recalcar que se trata de una suerte de “Crónica de una ruptura”, narrada de una manera magistralmente lúcida, misteriosamente certera para los tiempos que corren.

Y justo cuando creo que estoy a punto de cerrar este artículo con unas líneas de Samuel Beckett, vuelvo a escuchar mi propia voz, esta vez llegando desde la habitación. Esta vez se trataba de mi parte poética, insoportablemente nostálgica:

—¿Estás llorando?

—Que no, carajo, que no.

Es sólo que se me metió un capítulo en el ojo.

N. del Autor:
Aquí las líneas de “Sueño con mujeres que ni fu ni fa” de Beckett, (injustamente cercenadas del texto por el editor, aludiendo cuestiones de espacio):
»¿Qué interés podría tener en ocultarte que soy en este momento, y lo que me queda, un LÓBREGO ANDANTE?, que en lo físico me caigo a tumba abierta y en lo intelectual me mantengo por los pelos y muy a menudo en la más completa calma chica, puntuada, eso sí, por vertiginosas eyaculaciones de espuma y de claridad. Hace un tiempo espléndido, con esta luz carnosa del alba que tanto te gusta invocar.

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