Diálogos IV

Dialogos - Apócrifa Art Magazine
Img – Simon Maina (AFP)

Puesto que lo sombrío siempre me dijo más la verdad que lo soleado y deslumbrante.
Enrique Vila-Matas

Carmen no sabe bien cuando empezó a hablar con los espejos.

Debe haber sido, piensa, cuando murió madre. O quizás, cuando encontró a padre bajo la mesa de la cocina. Después de intentar incendiar los muebles del altillo. Cubierto con una frazada a cuadros, babeando y agitando las piernas, gritando incoherencias y blasfemando contra Dios y los filósofos, sobre todo con los filósofos. A quienes el padre de Carmen suele culpar de todas las desgracias, incluida la del fuego en el altillo, que no recuerda haber iniciado, claro. Por suerte los vecinos la llamaron antes que a los bomberos. Y cuando Carmen abrió la puerta, una densa nube de humo se abrió paso hacia el pasillo, desintegrándose lenta y armoniosamente.

Luego de eso, a internarlo en el hospicio, que otra quedaba. Pobre padre, piensa Carmen cuando vuelve a verlo aparecer en el espejo, cada tanto. Cierto es que hablan poco, hay que decirlo. Pero a Carmen le gusta como padre remata las conversaciones, cuando se digna a emitir palabra, con alguna sentencia de Cioran o Schopenhauer.

Es el único que aparece en el espejo más grande, el que tiene una ligera forma de ataúd. Ya que en el otro, el mediano, es donde suele aparecerse madre. Con la que Carmen sí que charla largo y tendido. Sobre todo en esas noches en las que no puede dormir, acuciada por un cóctel de insomnio, miedo y estrés. Luego de estas conversaciones, Carmen suele sentirse mucho más aliviada y por lo general, logra un sueño profundo y reparador.

Ahora bien, Carmen no solo habla a menudo con seres queridos que ya no están, cosa harto común, por otro lado. Si no que además, en los restantes espejos de la casa, que son esos tres más pequeños que se ven en la foto, Carmen suele encontrarse y charlar con los hijos que nunca tuvo.

Con lo cual, si le preguntan, Carmen no sabe bien precisar cuándo empezó a hablar con los espejos. Aunque en honor a la verdad, la cuestión no puede importarle menos. Suficiente tiene ya con el montón de cuidados especiales que implica protegerlos de quebraduras y desgastes, conforme pasan los años, las apariciones y los diálogos.

Asunto que por otro lado, queridos lectores, es bien entendible. ¿No lo creen Ustedes? ¿O acaso es esta una pregunta lanzada al espejo de la habitación en la que escribo?

Dejemos que sea el tiempo quien decida.

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