Diálogos II

Lo que no es ligeramente deforme presenta un aspecto inservible.
Charles Baudelaire

Hace días que no pruebo bocado. La fiebre me ataca con extraña fuerza por las noches y me paso el día en una especie de inmovilidad soporífera que se parece un poco a la muerte insospechada, a esa sensación que suele acompañarlo a uno y de la que nunca se es del todo consciente.

Diálogos - Apócrifa Art Magazine
Img – Ernesto Navarro

Antes de tapiar las aberturas y volver a martillar la puerta principal, me gusta abrir la enciclopedia de aves del mundo y cabecear junto a la hoguera, botella de brandy en mano, mientras observo la nieve amontonarse sobre los techos y la chimenea del vecino. Casi siempre, y sin darme cuenta, termino en esta imagen, sin poder dejar de contemplar ese ojo amarillo cuya fijeza aterradora me transmite una sensación de espanto y cercanía, de sorpresa y seguridad.

Algunas veces, las menos, se acerca mi hijo y me apoya la mano en el hombro, sin decir nada. Yo creo entender su intención y sin dejar de cabecear, en esa duermevela propiciada por la proximidad del fuego y el alto nivel de alcohol en sangre, le digo que se nos hace tarde, que es probable que ya no lo alcancemos nunca. Claro que nunca le he dicho a qué me refiero. Y él nunca se ha animado a preguntármelo, pero aun así, creo que lo sabe. O lo intuye, al menos. Que para estos casos, suele ser casi lo mismo.

Como sea, nos quedamos un rato así, en silencio. Luego, él vuelve a su habitación en el otro extremo de la casa, y el ruido de sus pasos se pierde en el pasillo que desemboca en el ala norte, donde no es necesario tapiar las aberturas, ni martillar la puerta principal, ni todo ese tipo de cosas que me resultan imposibles de evitar y sin las cuales no podría vivir.

Mi hijo no lo sabe, pero lo he escuchado aullar a mitad de la noche. En lo que creí, primero, producto del delirio febril, de la falta de energías que me provoca la constante inanición. Pero que pude comprobar después, con el pasar de las noches y la repetición, que se trataba de esta terrible certidumbre de que se nos escapa y de que es muy, pero muy probable, de que ya no lo alcancemos nunca. Que es esa sensación que suele acompañarlo a uno y de la que nunca se es del todo consciente.

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