Tiempo

El ritual es una forma de ser con el mundo, una especie de acondicionamiento del afuera. Con el ritual no sólo se conecta con lo divino, sino con el entorno, nos volvemos espacio, somos en el espacio como somos en el tiempo. Necesitamos de los rituales para entender lo que sucede afuera, para asirnos a las leyes naturales que escapan a la razón.

En el ritual aprendemos a sentir al mundo, accedemos al conocimiento que es el tiempo y lo tragamos con cada  gesto del acto ancestral. La repetición es una forma de recordar lo cíclico del tiempo, nos unimos al origen mediante la repetición continua de las acciones o las palabras o los movimientos. Esta repetición de gestos es una forma primitiva de conocer-se y reconocer-se.

La palabra, milenaria como el tiempo, ha nacido para el ritual, la necesidad de comunicarse entre similares dio vida al contacto, generó vocablos primitivos que expresaban los deseos y necesidades, sin embargo los rituales son la necesidad de unirse y ser uno, volverse unidad ante el mundo, son lo que hace que esta capacidad de decirse se vuelva una forma de introspección, decir los adentros para que algo superior nos escuche.  El ritual da forma a la palabra para dotarla de profundidad.

En el ritual la piel es fundamental, se entrega lo etéreo para volverlo eterno. Transfiguración de la carne en sustancia, surge un elevamiento del ser, la piel deja de pesar,  en su ligereza  se vuelve símbolo.  El rito toma lo preestablecido para romperlo y generar nuevas configuraciones a través de la repetición.  Hemos aprendido los movimientos primigenios de la vida, aprendimos las formas básicas del desplazamiento en el espacio, supimos que los gestos repetitivos forman una fuerza simbólica que se vuelve figura y signo, de ahí nace la figuración de lo divino que, mediante la comunión del ritual, nos ayuda a diluir la carne para volvernos símbolo, uno que será roto en el intercambio. Así, gracias al símbolo del ritual, logramos habitar lo divino.