Entre la cierta y la errada

Entre la cierta y la errada - Apócrifa Art Magazine
Foto: APF

Estoy entre dos ciudades: una me ignora, la otra ya no me conoce.
Jean-Paul Sartre

Te observas en la mirada del niño y se te revuelven las tripas. Bienvenido al infierno, compadre, es hora del almuerzo. No dejes que las lágrimas te nublen, come y bebe, disfruta el manjar, atórate y embriágate, que ya veremos qué hacer con las sobras.

Te recuerdas a ti mismo y algo parecido a una terrible lástima te cierra el estómago como un puño caliente y oscuro. En los manteles arden velas santas, candelabros de plata que reflejan vistosas cadenas, aretes plateadísimos, pulseras y relojes de fina estampa que parecen excitar las glándulas odoríferas, cosquilleando la punta de la nariz, produciendo un estrujamiento en las ingles.

Te obstruye la tráquea esa expresión mitad doliente, mitad desdeñosa. No se me distraiga, compañero, que las delicias se enfrían. Que los vinos se pasan, que las arterias se tapan y la memoria regresa, no importa cuántas pastillas se tome uno entre este festín y el próximo.

Te consume la culpa, te agobia la situación como si fueras autor de un crimen que solo tú conoces. Los dientes te castañean involuntariamente y tienes profundos escalofríos. Séquese el sudor, camarada, engulla estas viandas que son pura ambrosía, puro deleite de la carne y de la mente. Ni los dioses se hubieran privado de tamaño banquetazo. Hágame caso y brinde, no sea estúpido ¿quiere?

Te arrastras por los lindes de la habitación, retorciéndote tras las columnas dóricas. Te esfuerzas por reprimir el vómito, por mantener cierta compostura. Bébase toda esa botella, colega. No sea cosa que empiece a pensar en cosas inútiles, a creer en idioteces, a ilusionarse sin sentido.

Te recuerdas del poeta portugués y te rompes la garganta gritando, te asalta una especie de convulsión que hace que tiemble cada órgano del cuerpo. Así, hasta que pierdes el sentido y te desplomas como munición pesada que un avión suelta como tú sueltas tus deposiciones.

Y entre el entrechocar de cubiertos, sobre las voces de los mozos, rebotando entre los aleros, percutiendo pilastras, atravesando espejos de marco dorado, estos últimos versos dispersos se van deshaciendo de a poco:

Tenemos, quienes vivimos,
una vida que es vivida,
y otra vida que es pensada,
y la única en que existimos
es la que está dividida
entre la cierta y la errada.

Te despiertas con hambre. Te observas en la mirada del niño.

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