Un enredo dialéctico

Enredo dialéctico
Img – Wang Zhao (AFP)



Uno no se conoce hasta observar el comportamiento
que los otros tienen con respecto a uno.

Guillermo Fadanelli

Hace ya algunos días que el solitario pato sueña con aquellas, sus exageradas representaciones. Con esas inmensas bolas amarillas de pico exageradamente grueso y rojo, tan iguales entre sí, que apenas si alcanza a notarse que algunos poseen aquellas hermosas pestañas tan bien delineadas y otros no, nada de nada. Esto es: que el único rasgo que podría llamarse característico, no es más que una ligera marca masiva, un mero detalle cuya ausencia bien podría pasar desapercibida.

A propósito de ello, nuestro ejemplar no sabe muy bien qué pensar. Es que se trata de la primera vez que la vida lo encuentra frente a un espectáculo tan poco agradable, tan chocante a la vista y a los sentidos. Y se pregunta si acaso aquella es la famosa idea de la evolución de la especie, que tanto sintió nombrar en los círculos de los zambullidores de alta alcurnia, allá en sus días de pato joven y ávido de conocimiento.

De todas maneras, a nuestro gallardo plumífero la idea de tamaña generalización le resulta algo inverosímil, aunque intuya que aquello esconda algo sustancial. Algo que se le escapa y no puede nombrar, algo que su limitada estructura cognitiva de pato promedio no logra discernir del todo. Y aunque la evidencia de tan siniestra uniformidad le desbarate un poco el plumaje, le produzca cierto escalofrío en el cogote -que apenas logra contener-, y le haga temblar sus naranjas patas, vuelve una vez más a quedarse estático, a sumergirse en el profundo hilo de sus pensamientos mientras flota suavemente ante el grotesco espectáculo de su propia y deforme especie.

Se considera un pato más bien práctico, casi pragmático, podría decirse. Acérrimo defensor de aquello que escuchó alguna vez: “solo resulta verdadero aquello que funciona”, y sabiendo aquello otro de que algunos viejos defensores del pragmatismo se oponen a la practicidad mientras que otros interpretan que una cosa deriva de la otra, es que ahora siente haberse metido en un enredo dialéctico del cual no logra salir del todo.

De momento, nuestro heroico palmípedo sigue allí, tan quieto como le es posible. Sopesando la idea de que a veces, y solo a veces, el símbolo vale más que la cosa misma. Esperando el momento iluminador mediante el cual el nudo formado por ideas, cosas y representaciones, ceda un poco.

Y es que entre tanto embrollo epistemológico y tanta duda, se le ha dado por pensar que quizás la verdad se encuentre allí mismo, muy cerca: exactamente entre el símbolo y la cosa representada, ni más ni menos.

Así piensa nuestro distinguido pato estos días, queridos lectores, mientras sueña con aquellas, sus exageradas representaciones.

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