Falsas apariencias

Arenas Sangrientas (1949)

Era otra tarde nublada y llegaba a casa. Mientras comía, veía la tele. Tengo la extraña manía de prenderle empezando desde el canal uno y cambiarle hasta el seiscientos y tantos. Me detengo en el seiscientos y tantos.

Una costa es asediada de forma estruendosa por el mar, un monte ondula contra el fondo de una imagen en movimiento, algunas palmeras caen destruidas, detonan bombas, silban disparos; se escuchan gritos de horror y victoria en el caos del entorno. En primer plano, corren tres sujetos empuñando sus fusiles. Todo explota alrededor de ellos. Al fondo, más soldados comienzan a subir la colina. La cámara corta, se abre al rostro del protagonista. Su mirada perdida revela miedo, agonía. Sigue corriendo. No hay opciones, ve cómo caen muertos sus compañeros, uno a uno, a sus costados.

Sands of Iwo Jima - Arenas sangrientas

Yo estaba atrapado. Frente a mis ojos se proyectaban, una escena tras otra, tanques anfibios arribando, aviones hundidos en el cielo como anclas, soldados reales tomados directamente del archivo filmográfico de la marina.

El director canadiense Allan Dawn (1885–1981) intercalaba realidad con fantasía. La película mostraba una frescura visual impresionante a pesar de sus años. “Arenas Sangrientas” (1949), protagonizada por John Wayne, me reafirmaba que el cine es un trance en movimiento. Aquella película me pareció fascinante por razones equivocadas. A pesar de ser propaganda, su belleza recaía en sus ambigüedades.

Hollywood y la política estadounidense siempre han ido de la mano. No les avergüenza defender valores e ideales nac(ional)istas de ética dudosa. Sin embargo, el guión, sutilmente escrito por Harry Brown y James Edward Grant realiza severas críticas a una película destinada a jóvenes para el entonces débil cuerpo de los Marines. El sergeant John Stryker perdió a su hijo por culpa de su mujer.

Sands of Iwo Jima - Arenas sangrientas

Desdichado, sólo tiene su trabajo. Es plena Segunda Guerra Mundial y vencer a los nipones implica conquistar Tarawa y Iwo Jima. El cuerpo de infantería (conformado por el italiano Regazzi, el griego Hellenopolis y el judio Stein, entre otros personajes extranjeros) más que una película propagandística muestra las distintas vidas de personas llenas de camaradería, ingenio, pero también traiciones, errores fatales, y una visión humana del sin sentido que si bien obligados por sus circunstancias, se enfrentan con resignación, y hasta esperanza.

Conway (John Agar), por ejemplo, reta al sergeant afirmando que desea ver a su hijo no como un marine salvaje muriendo en la guerra sino a un caballero cultivado. Las situaciones intrascendentes son la crítica del filme sin romper las apariencias. La cinta cuenta con matices más entrañables que, con una mirada crítica, le dan la vuelta al género. Su hechura es impecable. Pero, ¿por qué utilizar con tal destreza los recursos artísticos para el reclutamiento ? La ética y el arte, si bien no se corresponden, ambos acompañan la reflexión de lo que importa. Una obra lee la complejidad de lo humano permitiendo, no juzgar, sino entender quiénes somos. Las ambigüedades del filme permiten esta lectura. Arenas Sangrientas es más que propaganda.

Escrito por
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