El oro de Klimt

El pan de oro es una lámina finísima de este metal precioso con un uso muy difundido en las artes. Gustav Klimt, el genio modernista austriaco, provenía de una familia de orfebres, por lo que su maestría en el uso de este recurso fue prácticamente innata. Al igual que quienes trabajan el oro, Klimt fue un apasionado del detalle que desarrolló una técnica de tal belleza que alcanzó lo sublime.

Este pintor fue uno de los fundadores de la Secesión vienesa, grupo artístico que no se distinguió por un estilo en particular, pero que dio su apoyo a artistas jóvenes y promoción al arte creado fuera de Austria; las obras de este grupo fueron repudiadas en su mayoría, ya que eran sumamente radicales. Klimt, maestro del desnudo, enfrentó una fuerte oposición por incluirlo en buena parte de sus cuadros, aunque Filosofía, Medicina y Jurisprudencia, obras encargadas en 1894 al artista por la Universidad de Viena, no sólo fueron censuradas, sino también retiradas y resguardadas; estas pinturas no llegaron a nuestros días porque en fueron destruidas por los nazis durante su retirada en 1945.

El oro de Klimt, Friso de Beethoven
Friso de Beethoven. Alegría, inspiración divina (1902). Técnica mixta, 34 x 2 m. Obra alegórica que conmemora la interpretación de Richard Wagner de la Novena Sinfonía de Ludwig van Beethoven.

Con Palas Atenea, Klimt causó revuelo al presentar a la diosa como una mujer de carne y hueso, y no como las estatuas de mármol de los tiempos clásicos, cuando se tenía una imagen idealizada de las deidades del Olimpo. Otro aspecto de la obra que llegó a ser motivo de burla, fue el extraño gesto de la Medusa en la pechera de Atenea, aunque el artista se basó en modelos reales para plasmarla en su cuadro. Llama la atención que entre sus atributos, se encuentra la Nuda Veritas en lugar de la victoria alada, como símbolo del arte verdadero que se impone ante todo y ante todos.

El oro de Klimt, Palas Atenea
Palas Atenea (1898). Óleo sobre tela, 75 x 75 cm.

En 1899, Klimt sacó a la luz su Nuda Veritas –la verdad desnuda– como respuesta a sus opositores; esta obra está encabezada por la frase del poeta alemán Friedrich Schiller que reza: “Si no puedes agradar a todos con tus méritos y tu arte, agrada a unos pocos. Agradar a muchos es malo”. Esta sentencia resume el ideal del pintor, la finalidad de su obra: resultar incómodo para las duras e implacables miradas conservadoras que permanecían fijas en él.

El oro de Klimt, Nuda Veritas
Nuda Veritas (1899). Óleo sobre tela, 252 x 56.2 cm.

A pesar de la subversión y transgresividad de su obra, Klimt gozó de gran fama y éxito en los primeros años del siglo XIX, particularmente por los retratos por encargo de varias damas de la alta sociedad de Viena, los cuales creó en lo que se conoce como su época dorada. Uno de estos cuadros, el Retrato de Adele Bloch-Bauer I, fue objeto de una disputa legal entre la heredera de la familia a la que pertenecía la obra antes de ser robada por los nazis y el gobierno de Austria, ya que la pintura es considerada como la Mona Lisa austriaca; después de un largo proceso, regresó a su legítima dueña, quien la vendió a la Neue Galerie de Nueva York, donde se puede apreciar actualmente. La mujer retratada en este cuadro fue la única a quien Klimt pintó dos veces.

El oro de Klimt, retrato de Adele Bloch Bauer I
Retrato de Adele Bloch-Bauer (1907). Óleo y oro sobre tela, 138 x 138 cm.

Durante la misma época, el artista creó El beso, la que, probablemente, es su pintura más famosa y la más cercana al Art Nouveau de toda su obra. Se dice que los amantes del cuadro son en realidad Klimt y su compañera Emilie Flöge, modista vienesa cuyas creaciones y diseños de telas fueron sumamente vanguardistas y tuvieron influencia en el pintor, aunque hay versiones que afirman que en realidad fue Klimt el artífice de aquellos patrones inmortalizados en las fotografías que tomó de Flöge.

El oro de Klimt, el beso
El beso (1907-1908). Óleo y oro sobre tela, 180 x 180 cm.

En esta obra, el pintor plasma la decadencia del fin de siglo en la cual se encuentra inmersa la pareja, y de la cual el amor es la válvula de escape. Los elementos naturales representan la vida, la belleza que, al final, es la que salvará a los amantes, la que les da sustento como lo hace con el arte. Sin vida no hay belleza y sin belleza no hay arte. El arte nos mantiene vivos, nos hace permanecer así pasen diez, cien o mil años: el arte nos da permanencia. El arte le da sentido a la belleza y le da algo que todos, de una u otra forma, buscamos constantemente: eternidad.

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