Director: Enrique Singer
Autor: Manuel Calzada
Producción: Compañía Nacional de Teatro.
El deseo de ordenar el caos
Una sala reducida, un cuarto a media luz, un poco más de 50 personas como espectadores, fichas de trabajo por todos lados: pedazos de la Moliner pegados a la pared que es la memoria y el olvido al mismo tiempo, una decoración sencilla pero no por eso simple y carente de sustancia; un escenario que es hogar y consultorio, una sala de estar que es España y memoria.
Entender de golpe la obra de teatro El Diccionario de Manuel Calzada es una empresa casi imposible, uno debe, primero, recorrer las avenidas largas de camino a casa, pasar por los semáforos, llegar al barrio, entrar a casa y sentarse en el sillón mientras prendes la televisión, no para verla, sino para que el ruido nos ayude a ordenar el caos.
Es difícil sentarse en una silla, que es espejo, durante dos horas y tratar de entender toda una vida diluida hasta el olvido en las palabras. Una vida oculta a los demás, que persigue a Moliner a través de su recorrido por las palabras. La fusión que el autor logra entre vida y obra hace que la ficción parezca realidad, uno se encuentra en presencia de las palabras y sus significados, uno siente la empresa interminable de la diccionarista.
No puedo decir a ciencia cierta lo que significa la obra, pero sí puedo asegurar que uno se pierde y se encuentra en las palabras una y otra vez, sí puedo decir que las interpretaciones son puras, tan reales, tan intensas que la España incivil se mete en uno y se vuelve nudo en la garganta y llanto seco que brota como una pequeña lágrima que recorre todas las filas de la sala.
No he presenciado una obra de teatro sobre un diccionario, sino el génesis del universo ordenado, me refiero a la Moliner (Ana María Moliner) dueña de las palabras, ordenadora del mundo, desmemoriada que tuvo un destino insólito: pasar de la memoria al olvido.
