Relatos de viaje

La literatura no es más que inventarse reglas y después seguirlas.
Italo Calvino

Escribo esta columna a la vuelta de algunas semanas en un destino que cada vez me resulta más extraño. Y siempre, pero siempre, de lo más cautivante. Hablo de esa tierra tan sórdida como encantadora, donde realidad y ficción se confunden y amalgaman sin darle a uno la oportunidad de parpadear. Y mucho menos, claro, de sentarse a escribir sobre el asunto. Se trata de México lindo y querido, por supuesto.

Si Ud. querido lector, espera un buen relato de viaje, le recomiendo no pierda un minuto más de su tiempo en esta columnita apócrifa y vaya directamente a leer “¿Olvida usted su equipaje?” del grandísimo Jorge Ibargüengoitia. Y si es que ya lo ha leído, le recomiendo una relectura, cosa que nunca viene mal. Le aseguro que la gran mayoría de los artículos tienen la misma vigencia que los días en que fueron escritos, allá entre los años 1969 y 1976.

Si por el contrario, es Ud. de los que no suelen dejar las cosas por la mitad, de verdad lo felicito. Pues según yo, eso siempre es conmovedor. Y en virtud de ello, es que haré mi mejor esfuerzo para intentar que el tiempo invertido en la lectura del presente, no resulte del todo infructuoso.

Ahora bien, dicho la anterior, no sé muy bien en que detenerme, a decir verdad. Pues me parece que todo lo que pueda contar es cosa ya dicha. Para que repetir lo ya sabido: nunca comí tan variado y tan delicioso. Y que conste que me empanzoné con taquitos al pastor, gorditas varias, elotes, zacahuiles, pozole, bocoles, chimichangas, tostadas de camarón, esquites, cohinita pibil, entre otras y muchas exquisiteces, claro. Con su correspondiente dosis de chiles picantísimos y tequila y cerveza y limón y sal en abundancia.

Relatos de viaje

Por otro lado, también tuvo la oportunidad de jugarme la vida viajando en un viejo camión, sentado sobre una lata de pintura que oficiaba de asiento, con las rodillas de un hombre clavadas en la espalda y el hombro de una mujer hundido en las costillas; asistí a una novillada nocturna donde un grupo formado por varios cobardes se empeñaron en maltratar y cansar a un animal hasta que se lo llevó la muerte, no sin antes pisarle la capa al matador y dejarlo en un merecido y apabullante ridículo; visité a un viejo chamán que me hizo una “limpia” mientras musitaba palabras indescifrables (y cada tanto repetía “Argentina” que era todo lo que le había dicho al llegar) y me azotaba con una rama la espalda y las nalgas y me preguntaba si tenía automóvil; asistí a un viernes de Lucha Libre donde hombres y mujeres volaban del cuadrilátero y eran secundados por enanos malformados y la señora a mi lado gritaba atroces vulgaridades y luego se disculpaba diciendo: “nomás es para sacar el estrés”.

Y que conste que para completar el cuadro, todo esto sucedía mientras leía de un tirón “Las muertas” y “Dos crímenes” del ya mencionado autor.

Sepan perdonar, queridos lectores, estas pequeñísimas anécdotas que apenas si resultan dignas de mención. Han sido Ustedes debidamente advertidos.

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