De qué lado del puente

Como suele suceder con un texto largo, las novelas de Eco pueden ser un ejemplo, las de Millás, Pérez Reverte o los ensayos de Piglia, Octavio Paz...

La brevedad puede ser infinita.
Andrés Neuman

El puente
Img – AAP

Observamos en esta imagen, el puente más largo del mundo fabricado sobre el mar. Inaugurado hace unos pocos días en China, se trata de una colosal obra de ingeniería que se extiende por 55 kilómetros de largo, que demoró más de nueve años en construirse, que demandó la construcción de dos islas artificiales y 6,7 kilómetros de túneles submarinos y que costó poco más de 20,000 millones de dólares.

Ahora bien, más allá de tanto dato estadístico, centrémonos en la exquisita perspectiva que esta vista aérea nos propone. Intentemos, pues, un pequeño ejercicio imaginativo. O no es cierto, acaso, que el camino se hunde irremediablemente en las profundidades del océano y que además, parece fundirse con el horizonte en una línea indefinida, como la que suele separar (o hermanar) la realidad, de la ficción. Así entonces, la opción contraria, la que supone que en realidad está remontándose al firmamento, es igualmente válida ¿no?

La habilitación de esta magnífica obra supone la reducción de un trayecto entre ciudades de tres horas a poco más de cuarenta minutos. Así como suele suceder con un texto largo (las novelas de Eco pueden ser un ejemplo, las de Millás, Pérez Reverte o los ensayos de Piglia, Octavio Paz o Bradbury, entre otros) que tienen el poder de acortar sensiblemente horas de espera en aeropuertos u hoteles, o esos domingos fatídicos de otoño donde el tiempo se ralentiza ¿no les parece?

Así como el caso inversamente proporcional: el de los textos breves. Y que si bien uno puede despachar con cierta rapidez, aquello que los originó sigue obrando largamente en nosotros. Téngase por ejemplo a Poe, a Quiroga, a Monterroso, a Fonseca, a Arreola o a Calvino, por citar algunos.

Y mejor ni hablar de las desgracias que supo acarrear la gran obra: nueve trabajadores murieron durante el transcurso de construcción, más decenas de heridos que le valieron al monumento el mote de “El puente de la muerte”, entre arquitectos y obreros del lugar.

Cosa que nos puede recordar los grandes poetas, a Pizarnik, a Huerta, a Bukowski, Idea Vilariño o Rimbaud. Con quienes podrá el lector sentir como se hunde en el mar o se eleva al firmamento, todo ello según el estado emocional y las condiciones de la lectura misma.

En fin, que todo es probable, queridos lectores. Siempre y cuando sepa Ud. de qué lado del puente se encuentra mientras lee esta columna breve pero infinita, que tiene un pie en Hong Kong y otro en su cabeza, claro.

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