“Por cuatro días locos que vamos a vivir / por cuatro días locos, te tenés que divertir”. ¿O dos días decía la canción? Bueno, no importa. Porque el Carnaval acá fueron dos días de feriado. Solo el silencio de la ciudad y los bombos murgueros en el sendero. Tenía dos alumnas, Candela y Milena. Comenzaban a prepararse seis meses antes. Ensayos, bailes, coreos, lentejuelas, gorros. Cada familia contribuye al armado, diseño y confección de los trajes. Algunos hombres se dedican a la música. Platillos.
Es loco pensar que esta celebración empezó en la edad media gracias a la iglesia católica y significaba “abandonar la carne”. ¿Todo es una contradicción? Sobre mi gusto personal, no comparto el carnaval ni lo practico, pero a quién le importa. Lo que no debo dejar pasar son sus colores. Oh brillantes en el mic, sus colores. Las lentejuelas sí que las respeto. Alegran y alivian por unos días la ilusión de tener que volver a trabajar.
Lo que más rescato de todo este disfraz, es que existe una celebración en esta época llamada Purim. Los sabios hebreos crearon esta fiesta donde es obligatorio usar una máscara y beber hasta poder desdibujar lo que está bien de lo que está mal. Y en ese trance, descubrirse a sí mismo. ¿Quién soy? ¿Puedo dejar de juzgarme y juzgar desde mi vara todo el tiempo?
Leí que en México, uno de los carnavales más importantes es el de Puebla, y que en Michoacán y Morelia, como en el norte de Argentina y parte de Sudamérica, varias comunidades indígenas bailan para agradecer a la Tierra. Ojalá ya todo sea lo mismo. Ojalá nuestros pies descarguen tristezas para aliviar al espíritu de la alegría. Y que ese sea el fin.
Al fin y al cabo, el carnaval es la fiesta de la calle.
