Dos sombras

Dos sombras que nacen del piso que no corresponden a cuerpo alguno. Son dos sombras sin dueño. Me detengo sorprendido, las miro de nuevo y la respiración se exhala del cuerpo. Algo como sudor recorre mi mente, pasa por detrás de los párpados. Mi ánimo tiembla.

Dos Sombras, Apócrifa Art Magazine
TXT – Luis Moreno

Cuando subo al último escalón, dos sombras aparecen en el pasillo que me lleva a la puerta del departamento. Dos sombras que nacen del piso que no corresponden a cuerpo alguno. Son dos sombras sin dueño. Me detengo sorprendido, las miro de nuevo y la respiración se exhala del cuerpo. Algo como sudor recorre mi mente, pasa por detrás de los párpados. Mi ánimo tiembla.

Las negras sombras me esperan pacientes sin moverse. Reconozco las formas y continuo estático, si pudiera estarlo más, lo estaría. Sabes que no iré hacia ellas, que no tengo el valor de enfrentarlas, así que comienza a avanzar hacia mi. Decido huir, pero el miedo impide mover cualquier articulación, calcifica mis tendones y mi voluntad. Suelto las bolsas y algunas latas ruedan por el piso en todas direcciones. La distancia es cada vez menor. Cierro los ojos y ya sólo espero resignado el momento en que se abalanzarán para destrozarme como a una hoja de papel mojado. Escucho en el mismo momento en que las sombras están a mis costados, el sonido de que algo se arrastra, como un costal, un bulto pesado. Un frío insoportable me inunda y me obliga a abatir el terror de verlas y abro los ojos, pero las sombras ya no están. Un vecino que sale de su departamento me mira inquisitivo y extrañado. El frío se va.

Con el que creí mi último sudor aun en los poros, recojo algunos de los artículos comprados, los meto a las bolsas y tembloroso corro hacia el departamento. Al entrar, cierro con llave (como si eso sirviera) y me recargo en la puerta, con la respiración angustiada. Nora, que estaba leyendo en el sillón, me pregunta qué me pasa. No contesto. Voy a la cocina y pongo las bolsas en la mesa mientras enciendo un cigarro. La mitad de lo que había comprado está tirado en el pasillo, pero no voy a regresar por él, eso también está perdido como yo.

Nora se acerca y me abraza, adivinando lo que ocurrió. Sigo callado, la aprieto fuerte y refugio mi rostro en su cabello. En la cocina hay un silencio espantoso.

¿Las viste verdad?

Filtrando el terror en la garganta contesto que sí en voz baja, mientras el sonido de algo pesado que se arrastra como un costal, un bulto pesado, una culpa amarga, se escucha de nuevo en el pasillo, afuera del departamento. Nora y yo sabemos que esa noche no podremos dormir.

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