El talento de Andre Elliott, un veintañero con la facilidad del lenguaje visual, puede clasificarse sin problema alguno dentro de los parámetros que vivimos ahora, pero que también son un guiño enorme a la cultura pop de los noventa. Ya no es necesario tener una Holga para tomar fotos de gran contraste y «errores» que acompañan a la exposición saturada, para eso tenemos Instagram: al alcance de todos y con la ventaja de la edición inmediata, de los cambios antes de compartirla.
Elliott, quien quizá por su juventud ni siquiera cabe en la etiqueta de millennial, está consciente de que la fotografía ya no es sólo para los que pueden comprar diferentes cámaras y variedad de lentes, sino también para los que tienen una conexión a Internet, y, aunque le gusta darse cuenta de que la imagen está en todos lados, también sabe que, precisamente por esto, se toma a veces por sentado.
Una visita al perfil de Elliott en Instagram (@andreelliottphoto) nos acerca al mundo como el lo percibe: joven, que se vive principalmente de noche o de madrugada, serpenteado de hip-hop y una escena musical vibrante y la cara de California que sus moradores más antiguos ya no son capaces de ver tras la miopía de los años. También es fácil acostumbrarse a su experimentación, que hasta hace poco se concentraba en paisajes urbanos y que ha recibido la personalidad de una serie de manos. Inspirado en el juego de la luz neón y sus sombras, las manos de Elliott, por sí solas, podrían tener la sutileza de las que esculpió Rodin.
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Sin embargo, las del joven fotógrafo ganan en carácter, pues, además de que no son inmaculadamente blancas como las del escultor francés, están hechas para vivir en un cuadro de colores brillantes que cambian con cada captura, al igual que un atardecer —o las letras bailarinas de un anuncio de neón— no cambia una superficie de la misma manera cada vez que la golpea.