Hay algo que inquieta en la obra de Martha Ossowska Persson, artista sueca nacida en 1983, algo que atrae y a la vez repele. Acaso sea mirar de otra manera las extremidades que usamos todos los días, a toda hora; entender, si acaso se entiende tal cosa, que las herramientas que nos convirtieron el mayor depredador de la naturaleza, están dotadas de plasticidad y simbología dejaron de ser verdades como puños y son un palmo de belleza.
Su serie de acuarelas es una suma de cúmulos y repeticiones de una de las herramientas perfectas de la naturaleza. Formas caprichosas, falanges convertidas en símbolos y mensaje. En su trabajo, que ya sido expuesto en Moderna Museet, en Malmö, en el Sven-Harrys Konstmuseum, en Estocolmo, en Strandverket Konsthall, en la ciudad de Marstrand, Cecilia Hillström Gallery, también en Estocolmo y en Göteborgs Konsthall, en Gotemburgo, Persson explora la plasticidad de las extremidades y sus cruces, a veces poéticos, otras tantas llenos de sensualidad.
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Las manos, esas herramientas que han transformado el mundo, son el eje central de la obra de Persson. Ellas las reconfigura y las transforma, las dota de un nuevo significa y les imbuye una belleza, que como ya se ha dicho antes, inquieta. Y si lo hace es porque en ellas vemos las formas caprichosas de la agresión y el sexo, de la solidaridad y el egoísmo.
Las figuras, ya no manos, ya no herramientas, entran en una categoría diferente, y entonces necesitan ser vistas, entrar en comunión con los ojos, que se convertirán en los mensajeros del tacto, mientras que las figuras serán, entonces y sólo entonces, en la luz y no el barro de la creación.