En lo más alto del muro, entre un montón de obras de arte contemporáneo mexicano, a duras penas y se podía apreciar Ni a sol ni a sombra (2013) del artista Emmanuel García (Ciudad de México, 1974) en la más reciente edición de Salón ACME. La extraña sensación que produce una pieza de arte en una sala llamada «bodega» reiteraba el efecto anacrónico de su iconografía desfachatadamente retro. Se trata de una portada de una melodrama rosa sesentero cuyo formato ha sido maximizado y trasladado al espacio pictórico en un modo casi obsesivo: la técnica —vinil, esmalte y estaño sobre vidrio— esconde capas de tiempo superpuestas; con su nueva pátina de brillo, la imagen passé y tocadiscos del cómic ha sido lustrada para nuestra época.
En todo caso, lo que de inmediato hace que un espectador poco atento use el término pop para definir a la producción de García, debe ser matizado. Estamos ante un gesto camp, sensibilidad estética esbozada de forma inaugural por Susan Sontag, donde las referencias de lo alto y lo bajo colapsan, y la recontextualización de elementos kitsch o de mal gusto coexisten con el tratamiento culto, más o menos irónico, de los productos culturales. Esta práctica de apropiación intensifica de manera delirante el ejercicio de la gráfica, que García ha llevado a la par con un trabajo de autoedición alternativa.
Ahí donde su aparente deuda con Roy Lichtenstein nos hace cuestionar el valor de aquellas imágenes supuestamente carentes de valor alguno, la formulación de su práctica, menos grandilocuente, más apegada a nuestra realidad, nos lleva a una reflexión en torno a la interlocución de estas imágenes del mass media con los sueños frustrados de aquella sociedad mexicana en medio de otro de sus tantos intentos de modernización y bonanza.
Sin embargo, no podemos olvidar que estamos ante el recorte de una historieta cómica. De ahí que el cuadro de García —que al retomar el cómic, congelando el instante al estilo del hiperreproducido beso del filme From Here to Eternity, se vuelve, a su vez, esencialmente narrativo— evoca un punto decisivo del relato: el intento de revivir a la amada ahogada. Y es, también, el perenne intento de no dejar esa cápsula de pasado tecnicolor ni a sol ni a sombra.