La disciplina se mueve con rapidez y elegancia; la unificación entre lo antiguo – lo sublime – es un elogio en el escenario modernista. Los motivos en los trazos son de tal delicadeza, que podemos prevenir la insinuación de una sutileza en las formas, que nos recuerda al Barroco, estilizando la figura humana en la primavera del siglo XXI. Esta recuperación prodigiosa de los elementos, nos habla de la utópica genialidad del artista; los sentidos parecen vivificarse sobre la mirada, la armonía, la conjugación extraordinaria en la dualidad reinante – tradicionalista – amplifica la versión teatral que parece presentarnos un atrevimiento misericordioso.
El simbolismo minucioso – metafórico – marca el origen de la autenticidad del autor, donde las épocas rememoran la virtud exacta, con el panorama actual donde la noble frivolidad se desplaza en la piel de una mujer, que transmuta de atmósfera en atmósfera. El pincel no miente, retrata la ulterioridad del artista, sus experiencias y la rica magnitud individual que posee con su manera de proveernos la propia estética; una ambrosía latente que para la espectador, puede ser un deleitable alimento para el alma.
La obra de la Virgen Híper Moderna, rescata elementos propios de la pauta renacentista con el romanticismo, por lo que la alusión a una marca comercial de café, también nos evoca la provocación para con el capitalismo – influencia puramente Warholiana – en definitiva Arturo Torres va por un camino acertado, para reconocerse por su propio estilo en la representación plástica de la pintura moderna.