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Obsesión del viaje II

Erasmo - Img: Alicia Díaz Rinaldi
Erasmo – Img: Alicia Díaz Rinaldi

Porque no nos engañemos: escribimos siempre después de otros.
Enrique Vila-Matas

El diario de Kafka –sin fecha, ni hora– del buen año de 1910 empieza de la siguiente manera: “Los espectadores se ponen rígidos cuando pasa el tren”.

Por otro lado, dice Bioy Casares en Guirnaldas con amores (1959): “Cuando viajamos, el presente no logra su plena realidad; es casi un pasado, casi una anécdota; por eso es nostálgico y, también, feliz”.

Toda ilusión, podemos así suponer, se fija en aquel lugar perdido, páramo remoto donde sucede la otra vida. Vida que no se vive, claro está. Y que por eso mismo resulta, entonces, la verdadera. Aquí las palabras de Pessoa pueden arrojar un poco de luz sobre el asunto:

“Tenemos, quienes vivimos, / una vida que es vivida, / y otra vida que es pensada, / y la única en que existimos / es la que está dividida / entre la cierta y la errada”.

Ahora bien, si a nuestra figura de manos regordetas aplicamos lo dicho anteriormente, no nos quedan más que dos opciones: o bien el escribiente está montado en el tren, o bien es uno de los espectadores que hacen gala de su ingente rigidez cadavérica. Nos faltaría, para poder determinarlo a ciencia cierta, información que sólo Alicia Díaz Rinaldi podría aportar. Aunque, de ser eso posible, no creo que haga diferencia alguna.

Tampoco conviene olvidar que siempre cabe otra posibilidad: una respuesta al mejor estilo Bartleby –ese personaje más bien kafkiano de Herman Melville–. Escupiéndonos en la cara, como quien lanza un dardo venenoso, una y otra vez, un simple y terminante: “Preferiría no hacerlo”.

Un buen final –más que bueno yo diría grandioso– serían estas otras palabras de Rulfo: “Pero somos porfiados / Tal vez esto tenga compostura”.

Que no se diga que no lo intentamos.

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