Apócrifa Art Magazine

México es mujer

Yo te amo…, y al acercarme
ante este altar de victoria
donde la patria y la historia
contemplan nuestro placer,
yo vengo a unir al tributo
que en darte el pueblo se afana
mi canto de mexicana,
mi corazón de mujer.

Manuel Acuña

México, empezando por su nombre, está lleno de femineidad. Gracias a ese nombre, que en un inicio sólo denominaba a la gran Tenochtitlan, es que quienes nacimos en este país, el ombligo de la Luna, adquirimos identidad ante el mundo.

En las épocas de gloria mexica, nació una leyenda que explicaba el origen de los volcanes que custodian al Valle de México. Uno de ellos es el Iztaccíhuatl, que hace factible este mito al observar todo el esplendor de las curvas femeninas en aquella elevación que reposa en el Anáhuac, sumida en un sereno y milenario sueño.

Paisaje con el Iztaccíhuatl (1937), Gerardo Murillo, Dr. Atl.

Ya con la Conquista, la cabeza del panteón mexica, la diosa Coatlicue, vagaba por las calles de la Nueva España pidiendo por sus hijos, por el pueblo sometido que, en unión con la sangre española, daría origen a una estirpe mestiza en cuyas manos quedaría el destino de esta tierra.

La diosa Coatlicue, Posclásico tardío (c. 1521).

Con el paso de los siglos, el clamor de aquella madre cesó, y el país se fue moldeando poco a poco, ya como un estado independiente. México es un lugar fértil y lleno de vida como la sonrisa franca de una joven contenta de ser quien es; México es un lugar lleno de abundancia y de lo mejor que la naturaleza puede ofrecer, y su gente, en especial sus mujeres, son la encarnación de la nobleza, el orgullo y el coraje que se necesita para hacer frente a lo que venga.

Mujer con calabaza (1917), Saturnino Herrán.

Sin embargo, no todo ha sido miel sobre hojuelas, pues como sucede en toda historia, algunos tiempos son de bonanza y otros de vacas flacas, pero a pesar de las guerras y las vicisitudes, de las invasiones y las pérdidas de territorio, la nación mexicana siempre sale avante, porque por sobre todas las cosas, es de una fortaleza sin igual y está eternamente dispuesta a luchar por su vida, por sus ideales y lo que piensa que es justo.

La espina (1951), Raúl Anguiano.

México está ahora en una etapa adulta, pero sabemos que aún falta mucho por vivir y por aprender. Esta tierra, esta madre patria que nos provee y nos distingue de otras naciones, ha pasado por mucho, pero no cae ni se derrumba, quizá porque es sumamente fuerte o, quizá, porque secretamente sabe que sus hijos e hijas aún pueden hacer maravillas y prodigios, como lo muestran tantos siglos de historia.

La patria (1962), Jorge González Camarena.

Esto es para ti, Mara.

Mis sobrinas (1940), María Izquierdo.
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