La belleza es convulsiva o no es nada en absoluto.
André Breton
El arte de la cerámica es una tradición milenaria a la que la eventualidad del tiempo y la evolución de la técnica le han conferido nuevos significados de representación. Es a través de estas nuevas formas estéticas que la artista israelí Ronit Baranga sustenta su fantástica obra, en la que los límites de lo figurativo se trastocan con los valores de lo simbólico; como alegorías a la vida y a la muerte.
La obra de Ronit es la representación de la figura humana, descontextualizada de su concepción natural. A través de materiales como la arcilla, el esmalte, el vidrio e incluso la estampa, las muchas figuras (entre las que oscilan vasijas, jarrones, tazas, platos, teteras) tienen una proporción amorfa, en la que intervienen, de manera deliberada, formas de miembros humanos: bocas, dientes, ojos, dedos y manos.
Las manos son un elemento evocativo en más de una obra. Manos que se retuercen, que se abren o se cierran en un puño, otras más que muestran la languidez de los dedos, las grietas de las palmas o la pulcritud de los dedos. Muchas manos o una sola, en la superficie de un plato o en la base de una tetera. Manos que no pertenecen a un cuerpo, pero que existen en un espacio vacío en el que lo verdaderamente importante es el poder de lo fantástico y lo imposible.
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Por supuesto, la obra de Ronit alude a los elementos del surrealismo. Sin embargo, sus representaciones van más allá de las experiencias oníricas. De hecho, sus figuras están inspiradas en la estética de lo grotesco, de lo siniestro, de lo que Freud consideraba una vivencia contradictoria, donde lo extraño se presenta como conocido y lo conocido se torna extraño.
La obra de Ronit Baranga siempre pone en incertidumbre a la intelectualidad, por lo que su apreciación es inquietante y seductora.