¿Alguna vez has entrado a una fiesta donde parece que todos se conocen entre sí y vas paseándote con tu chela en mano de grupo en grupo echando platica y cotorreo con los buenos amigos?, pues el Doña Pancha Fest es algo así, sólo que le añades varios grupos de música de esos de los que no escuchas muy a menudo en tu estación de radio favorita, de esos que escriben canciones sobre la muerte y deber dinero, con sonidos estrambóticos y postrados en un escenario que literalmente es una horca, seguido de un grupo de señores de la tercera edad cantando canciones de antaño y muy agradecidos por tener un espacio libre de poses y grandes disqueras; que si no te ves, o si no te mueves como el artista de moda entonces no eres parte del grupo, ni tienes derecho a un escenario grande.
Doña Pancha Fest presenta ese escaparate para aquellas minorías que tienen gustos diferentes, que retan su paladar auditivo y se exponen a música atrevida, de aquellas que hablan temas sin restricciones.
La cita fue el LARVA, espacio cultural en Guadalajara, Jalisco, laboratorio de arte ideal con el escenario perfecto para atreverse a presentar sonidos experimentales, donde al principio pareciera que solo la familia de los músicos asistiría a apoyarlos, pero como fue pasando el tiempo el recinto fue atrayendo más y más gente a sus entrañas, a disfrutar de la música, la charla y por qué no comprar algún disco o una playera de algún diseñador alternativo.
“Lo malo” y lo digo entre comillas fue que entre cada banda el tiempo de espera fue extenso. Pero este mal sabor de boca se fue inmediatamente cuando por fin subió al escenario el último grupo, que por más “popero” que fueras, hacía que tu cuerpo se moviera involuntariamente, cerrando con broche de oro.
“Menos palabras, más música”, fue la frase casi inmortal que pronunció Michael Rother antes de dar la primera estocada a su guitarra y así, terminar la noche.
