Contempla la primer imagen, retenla unos minutos en tu memoria, imagina entonces un envolvente zumbido, magnifícalo, un poco más, poco a poco añade el redoble de unos tambores, armoniza entonces con instrumentación de viento, algo similar a una gaita, una grilla, grillas y tambores. Estás en medio de un mar de gente, no te hundas, emerge, no choques, únete a ellos, toma su dirección, hombro a hombro, palma a palma, fusiónate.
La conglomeración, a la distancia se percibe como un campo de batalla, un caos donde las partículas, los individuos, parecen fusionarse.
Desde la cúspide, en una perspectiva cenital, David Oliete, amplifica el momento en un despliegue narrativo que plantea el escenario como un campo de batalla. Esta tradición bicentenaria tiene lugar en la región de Cataluña, conformada por las provincias de Barcelona, Gerona, Lérida y Tarragona, ésta última, ciudad natal de Oliete, quien cuenta desde su particular perspectiva este evento social.
Desde los cimientos, en competencia, se erigen una y otra columnas soportadas en la convergencia de fuerzas, en el proceso de construcción las torres humanas se vuelven unidireccionales, se reestructuran las fuerzas y se encumbran para culminar en una eufórica celebración.
David Oliete, no sólo creció en Tarragona, además lo hizo rodeado de cámaras fotográficas, como las de su madre y su abuelo. Su trabajo documental, apuesta por el poder de la imagen y su cotidiana expresividad. Sin ser un fotógrafo masivo, la serie Castells, le ha llevado a romper toda barrera geográfica e integrarse a un nuevo proceso de masificación.
