Como cada año, se llegó el día de cambiar el ganado del potrero de Jocomilpa (se dice chocomilpa, pero quién va a escribir en la escritura de sus tierras, ese lácteo apelativo) a la parcela de La Palma (quién sabe por qué le digan así, la cerca sólo tiene mezquites). Para hacerlo, ya todo está listo: avisé a los Ávalos para que vayan dos a caballo, uno delante y otro detrás del contingente vacuno. Afortunadamente el toro tiene más de dos años como semental. Irá al frente, controlando que no haya ninguna vaca que se adelante. Si tuviera religión, de seguro sería musulmán. Son más de setenta animales y más o menos dos y medio kilómetros de terracería. El único pendiente: pasar por debajo de la autopista. Por ese pequeño puentecito, por el que malamente pasan las camionetas, pero de manera tan sobrada los burros y mulas de los cuamileros. Pensar que el presidente municipal de aquel entonces, cuando se construyó la carretera de cuota, debió pedir se construyera un paso a desnivel. Pero cómo iba a molestar al “señor gobernador”, si los indios cebolleros de Zacoalco somos gente humilde y sencilla…
Termino mi café, me levanto. Salgo de la cocina, atravieso el patio, abro el cancel y salgo a la calle. Enciendo la camioneta Toyota 4 x 4. Me bajo, y frente a la puerta grito:
– ¡CAÍN!
No tengo que esperar tanto, casi ni siquiera un instante. El impresionante de mi perro rotweiller viene hecho un negro vendaval. Casi resbala por la prisa con la que viene. Pero ya encarrerado, salta sin dificultad de la banqueta a la caja de la pickup. Se gira y se me acerca. Lame mi mano, acaricio su cabeza. Limpio sus babas. Vuelvo la mirada hacia el pasillo que da al cancel y por el patio viene mi hijo Víctor de ocho años. Emocionado. Lo abrazo. Lo subo a la caseta. Quiere ir atrás, en la caja, junto a Caín. Pero no, en una de esas el perro me lo tira. Es fuertísimo. Y tiene la tosca alegría de un boxer. Doy la vuelta a la Toyota y cuando me dispongo a subir escucho la voz de mi esposa:
– ¡Llévate a Abelito!
– ¡Y a qué lo llevo al hijo de la chin…! – grito. Desesperado.
Antes de cualquier argumento se escuchan los alegres e insoportables ladridos de Abelito… A mi estómago vuelve ese agrio vacío de preguntarme cómo fue que fui a invitar a ese doctor de gdl para padrino de primera comunión de mi hijo. Sepa que le iba a regalar esa cosa de perrito… un gato defiende mil veces más. Yo que siempre he detestado esas bolsas de estopa con patas. “Es un salchicha”, verdá de Dios que el pan Bimbo le queda grande. Pero la familia se encariñó con la cosa esa. Hasta Caín. Por eso le pusimos Abelito. Tengo que acercarme, agarrarlo, pues la miniatura esta de cuatro patas malamente alcanza de pie la parte alta de la defensa. Cuidando no me muerda por que el ingrato y malagradecido hasta me gruñe. Lo subo, con cuidado, pues mi hijo y mi esposa me miran. El Caín creo que hasta lo festeja. Arranco la camioneta. Atrás dejo las voces de mi mujer pidiéndome que cuide niño y mascota. De la misa para acá, el azúcar es lo que debo de cuidarme.
Manejo con un poco de prisa, es tarde. Ya los jinetes deben de estar en el rancho, esperándome. Enciendo la radio. Tocan “la granja”, de ZZTOP. A cada potente, sonoro y largo ladrido de Caín le siguen como quinientos breves, punzantes y chillantes ladridos de Abelito. El niño viene contento. De él fue la idea del nombre. Le vino por la clase de catecismo, cuando la catequista (solterona esa que aconseja cómo vivir el matrimonio y cuidar los hijos) les platicó lo de los hermanos del Génesis. No me importa que Dios haga a esa gente, pero sí que me las mande.
Salimos del pueblo. Voy manejando por la terracería. Buscando los pozos o el lado más feo para pasar por ahí la camioneta. Quiero hacerla brincar con la esperanza de que en una de ésas la cosa esa de perro salga disparada por los aires. Para ver si así se calla. Llegamos al potrero de Jocomilpa. Hasta el corral donde está el ganado encerrado, con los Ávalos esperando. Detengo la Toyota, me bajo. Caín salta y camina a mi lado. Rápidamente saludo y a lo que venimos: abro la puerta, caballo adelante, toro enseguida y contingente vacuno atrás, seguido por el segundo caballo.
Al salir al espacio abierto de las parcelas algunas vaquillas y becerros corren dispersándose. Pero para eso está Caín. Que pronto y con seguridad les corta el paso, devolviéndolos a la mancha. Manteniéndolos compactos. Abelito ladra hasta lo indecible. Brinca brinca y brinca pero no salta hacia fuera de la caja. Pues cómo. De seguro se rompe las patitas. Pero que veo… Caín viene a la camioneta, ladra e incluso le llora al perrito ese. Está que va y no va donde debe por atender al salchicha. Llévame la… En fin. Lo bajo. Los dos corren entre las plantas de sorgo cortado. El rotweiller por encima el salchicha que no veo dónde vaya, pero va por ahí, atrás del perro de a de veras.
Caín sigue con lo suyo, rodeando el ganado, regresando a los que se dispersan. Abelito ya se acercó de más a la Hormiga. Error. Vaca colorada y brava que se gira agachándose y embistiendo a la cosita esa. No halla la puerta el Abelito pero Caín ¡se regresa a defenderlo!, ¡hazme el favor! ¡déjala que lo mate o lo pise por lo menos! Válgame Dios… El niño pide por su regalo de primera comunión. Mejor lo hubiera educado ateo o gnóstico. Me acerco, me gruñe. Hijo de tu… lo agarro del cuero del cuello y lo levanto con ganas de yo no sé qué hacerle. Desaparecerlo sería poco. A mi lado pasa Juanito Ávalos y me dice que él se lo lleva encima del caballo, que lo mete en la bolsa de mandado que trae. Eso hacemos. Y ahí va el Abelito. Con sus casi 45 cms, colgado, a un costado del caballo, sacando la cabeza y muy jefe, ladrando con chillante autoridad. El resto del camino es fácil. Encajonadas las vacas en el camino de terracería el toro las detiene y mantiene el paso. Incluso al pasar por el puente de la autopista no hay ningún detalle.
Llegamos a la parcela de La Palma. El ganado entra, comienza a tragar, a beber agua en la pila de cemento o en los bebederos de plástico. Los Ávalos se acercan y les pago. Juanito me da al Abelito. Que otra vez vuelve a gruñirme. Pero ya lo pensé. El año siguiente, en las aguas. Cuando busquemos en lo ajeno una vaquilla perdida, en el cerro de La guitarra, allá en lo de Las canoas, entre matorrales, charcos, arroyos, piedras y terreno enmontado. Caín sé que vuelve, pero tú mi Abelito…